por Rudyard Kipling
En el principio de los tiempos, cuando el mundo todo era nuevo y los animales empezaban a trabajar para el hombre, había un camello que vivía en mitad de un desierto porque no quería molestarse en hacer nada: comía briznas de hierba, espinos, tamariscos y abrojos, y cuando alguien le dirigía la palabra contestaba: "¡Joroba!"
En la mañana de un lunes se presentó un caballo, con la silla y el bocado puestos, y le dijo:
-¡Camello, camello! Sal del desierto y ven a trotar con nosotros.
-¡Joroba! -contestó el camello.
El caballo se fue y se lo dijo a su amo.
Poco después se presentó ante el camello el perro con un palo en la boca y dijo:
-¡Camello, camello! ¡Ven, corre, busca, sirve al hombre como nosotros!
-¡Joroba! -repuso el camello.
Y el perro se lo fue a contar al hombre, su amo.
Al cabo de un rato, fue en su busca el buey, con el yugo sobre la cerviz, y le dijo:
-¡Camello, camello! Ven a arar con nosotros.
-¡Joroba! -dijo secamente el camello.
El buey se alejó. Más tarde encontró al hombre y se lo contó.
En la tarde de aquel mismo día, el hombre llamó al perro, al caballo y al buey y les dijo:
-Mis queridos amigos, los siento por vosotros, pero el mundo es muy nuevo, hay que hacer muchas cosas en él y ese animal que habita en el desierto no quiere trabajar, pues si quisiera ya estaría aquí. De manera que le dejaré en paz y vosotros trabajaréis el doble.
Esta decisión los enfureció (¡era todavía tan nuevo el mundo!) y celebraron conciliábulo en el límite del desierto. Llegó el camello rumiando hierba y se rió de ellos. Después de reírse, exclamó: "¡Joroba!", y se fue por donde había venido.